Discurso del Papa Francisco durante visita de Estado en Casa de Nariño
- EstefaAguirreN
- 7 sept 2017
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Sen~or Presidente, Miembros del Gobierno de la Repu´blica y del Cuerpo Diploma´tico, Distinguidas Autoridades, Representantes de la sociedad civil, Sen~oras y sen~ores.
Saludo cordialmente al Sen~or Presidente de Colombia, Doctor Juan Manuel Santos, y le agradezco su amable invitacio´n a visitar esta Nacio´n en un momento particularmente importante de su historia; saludo a los miembros del Gobierno de la Repu´blica y del Cuerpo Diploma´tico. Y, en ustedes, representantes de la sociedad civil, quiero saludar afectuosamente a todo el pueblo colombiano, en estos primeros instantes de mi Viaje Aposto´lico.
Vengo a Colombia siguiendo la huella de mis predecesores, el beato Pablo VI y san Juan Pablo II y, como a ellos, me mueve el deseo de compartir con mis hermanos colombianos el don de la fe, que tan fuertemente arraigo´ en estas tierras, y la esperanza que palpita en el corazo´n de todos. So´lo asi´, con fe y esperanza, se pueden superar las numerosas dificultades del camino y construir un Pai´s que sea Patria y casa para todos los colombianos.
Colombia es una Nacio´n bendecida de muchi´simas maneras; la naturaleza pro´diga no so´lo permite la admiracio´n por su belleza, sino que tambie´n invita a un cuidadoso respeto por su biodiversidad. Colombia es el segundo Pai´s del mundo en biodiversidad y, al recorrerlo, se puede gustar y ver que´ bueno ha sido el Sen~or (cf. Sal 33,9) al regalarles tan inmensa variedad de flora y fauna en sus selvas lluviosas, en sus pa´ramos, en el Choco´, los farallones de Cali o las sierras como las de la Macarena y tantos otros lugares. Igual de exuberante es su cultura; y lo ma´s importante, Colombia es rica por la calidad humana de sus gentes, hombres y mujeres de espi´ritu acogedor y bondadoso; personas con teso´n y valenti´a para sobreponerse a los obsta´culos.
Este encuentro me ofrece la oportunidad para expresar el aprecio por los esfuerzos que se hacen, a lo largo de las u´ltimas de´cadas, para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliacio´n. En el u´ltimo an~o ciertamente se ha avanzado de modo particular; los pasos dados hacen crecer la esperanza, en la conviccio´n de que la bu´squeda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos. Trabajo que nos pide no decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nacio´n y, a pesar de los obsta´culos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia paci´fica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, que exige colocar en el centro de toda accio´n poli´tica, social y econo´mica, a la persona humana, su alti´sima dignidad, y el respeto por el bien comu´n. Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentacio´n de venganza y bu´squeda de intereses so´lo particulares y a corto plazo. Cuanto ma´s difi´cil es el camino que conduce a la paz y al entendimiento, ma´s empen~o hemos de poner en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos mutuamente (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67).
El lema de este Pai´s dice: «Libertad y Orden». En estas dos palabras se encierra toda una ensen~anza. Los ciudadanos deben ser valorados en su libertad y protegidos por un orden estable. No es la ley del ma´s fuerte, sino la fuerza de la ley, la que es aprobada por todos, quien rige la convivencia paci´fica. Se necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armoni´a y ayudar a superar los conflictos que han desgarrado esta Nacio´n por de´cadas; leyes que no nacen de la exigencia pragma´tica de ordenar la sociedad sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusio´n y violencia. So´lo asi´ se sana de una enfermedad que vuelve fra´gil e indigna a la sociedad y la deja siempre a las puertas de nuevas crisis. No olvidemos que la inequidad es la rai´z de los males sociales (cf. ibi´d., 202).
En esta perspectiva, los animo a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayori´a y son postergados y arrinconados. Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace so´lo con algunos de «pura sangre», sino con todos. Y aqui´ radica la grandeza y belleza de un Pai´s, en que todos tienen cabida y todos son importantes. En la diversidad esta´ la riqueza. Pienso en aquel primer viaje de san Pedro Claver desde Cartagena hasta Bogota´ surcando el Magdalena: su asombro es el nuestro. Ayer y hoy, posamos la mirada en las diversas etnias y los habitantes de las zonas ma´s lejanas, los campesinos. La detenemos en los ma´s de´biles, en los que son explotados y maltratados, aquellos que no tienen voz porque se les ha privado de ella o no se les ha dado, o no se les reconoce. Tambie´n detenemos la mirada en la mujer, su aporte, su talento, su ser «madre» en las mu´ltiples tareas. Colombia necesita la participacio´n de todos para abrirse al futuro con esperanza.
La Iglesia, en fidelidad a su misio´n, esta´ comprometida con la paz, la justicia y el bien de todos. Es consciente de que los principios evange´licos constituyen una dimensio´n significativa del tejido social colombiano, y por eso pueden aportar mucho al crecimiento del Pai´s; en especial, el respeto sagrado a la vida humana, sobre todo la ma´s de´bil e indefensa, es una piedra angular en la construccio´n de una sociedad libre de violencia. Adema´s, no podemos dejar de destacar la importancia social de la familia, son~ada por Dios como el fruto del amor de los esposos, «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros» (ibi´d., 66). Y, por favor, les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren. Mi´renlos a los ojos y de´jense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida, de humanidad, de dignidad. Porque ellos, que entre cadenas gimen, si´ que comprenden las palabras del que murio´ en la cruz —como dice la letra de vuestro himno nacional—.
Sen~oras y sen~ores, tienen delante de si´ una hermosa y noble misio´n, que es al mismo tiempo una difi´cil tarea. Resuena en el corazo´n de cada colombiano el aliento del gran compatriota Gabriel Garci´a Ma´rquez: «Sin embargo, frente a la opresio´n, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a trave´s de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera». Es posible entonces, continu´a el escritor, «una nueva y arrasadora utopi´a de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien an~os de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra» (Discurso de aceptacio´n del premio Nobel, 1982).
Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza... La soledad de estar siempre enfrentados ya se cuenta por de´cadas y huele a cien an~os; no queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida ma´s. Y quise venir hasta aqui´ para decirles que no esta´n solos, que somos muchos los que queremos acompan~arlos en este paso; este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliacio´n y la paz.
Esta´n presentes en mis oraciones. Rezo por ustedes, por el presente y por el futuro de Colombia.
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