Murió un grande Hector Mora
- EstefaAguirreN
- 27 jul 2017
- 4 Min. de lectura

POR EL ESPECTADOR
Héctor Mora fue siempre la biblia de los viajes. De él se podían aprender muchas cosas, algunas de vital importancia y otras que simplemente aligeraban el tránsito por la cotidianidad. Con la generosidad de los grandes, compartía sus secretos de tantas y tantas horas de vuelo. En un estudio de grabación, en un parque o en la sala de alguna casa se sentaba en la palabra y decía que las bolsas plásticas había que empacarlas haciéndoles un hueco diminuto para que no se llenaran de aire. Ese espacio ocupado por el aire en algún momento se iba a necesitar, sobre todo en los viajes de retorno.
Así como suministraba ese dato sin darle espacio al interlocutor para algún interrogante, también decía que el par de zapatos tenía que viajar separado. El calzado, completo, tiene el inmenso agravante de apoderarse de una buena porción del equipaje y él, con tantos pasaportes empleados, con tantos asientos de avión visitados y con tantos paisajes archivados en la mente, no podía darse ese lujo. Así que un zapato iba en un lado y el otro en el rincón opuesto.
Antes de institucionalizarse los diarios de viaje y los programas sobre turismo, Héctor Mora ya tenía en su haber muchas jornadas dedicadas en exclusiva a mostrarles a los colombianos a través de la pantalla del televisor cómo era el mundo más allá de las fronteras.
Era un tiempo en el que no había internet y las posibilidades de conectividad eran realmente escasas, por eso él se encargó de mostrar las culturas foráneas y las puso al alcance de todos los espectadores nacionales.
Siempre fue un enemigo beligerante del trabajo en escritorio y de ahí que se hubiera inventado muchos formatos en los que el común denominador eran los exteriores. Cuando muchos periodistas preferían pontificar desde un estudio de grabación, Mora hablaba desde la calle, mostrando la esencia de la labor del reportero nato, así su formación estuviera más relacionada con la abogacía y la jurisprudencia, que estudió en la Universidad Libre.
Cuando fue jefe de prensa de la Cámara de Representantes se empeñó en hacer un programa de televisión en el que los congresistas estuvieran al alcance del público. Por eso realizaba sus emisiones no desde un estudio, ni desde las oficinas parlamentarias o en las comisiones. Prefería la atmósfera callejera para mostrar la realidad social del país. Esa idea fue la primera semilla para la gestación de El mundo al vuelo con Héctor Mora, el espacio que lo consagró definitivamente.
En 1977 se emitió por primera vez el programa cuyo propósito era hacer una radiografía de cómo era la vida en un país distinto a Colombia. La cultura, la gastronomía, la geografía y, por supuesto, la gente eran las temáticas abordadas por Héctor Mora en cada capítulo. Con el mismo respeto e información con que se enfrentaba a un recorrido por el Taj Mahal, era capaz de aventurarse por la Ciudad Prohibida, en China, o presenciar en absoluto silencio un ritual en Haití.
Mientras las imágenes mostraban parajes lejanos, Mora, con sus libretos y el empleo del sonido ambiente como recurso certero, acortaba las distancias. En una época en la que no todo estaba al alcance de un clic, él traía a la pantalla de los televisores los destinos más exóticos sin inmutarse. Textos, postales estáticas o en movimiento y audios pertinentes creaban la atmósfera perfecta para empezar a conocer otros lugares. Esa fórmula la utilizó en más de 1.240 programas que alcanzó a producir, en los que exhibió las realidades de unos 108 países.
Pasaporte al mundo, Así es el mundo y La vuelta al mundo fueron también iniciativas gestadas por Héctor Mora, quien jamás supo conjugar la pasividad, lo que hizo que su cabeza nunca entrara en reposo. La excursión lo apasionaba y, mientras más conocía un destino, más ganas le nacían de volver a visitarlo. Recorrió cientos de veces el río Magdalena y nunca dejó de sorprenderse con lo que encontró a su paso.
Con los ojos bien abiertos y los oídos atentos, guardaba siempre lo mejor de cada lugar para relatar su crónica y compartir sus conocimientos con quienes no tenían la posibilidad de visitar otras latitudes. Viajar era su don, su gran bendición, y de ahí su compromiso de “invitar” al público a vivir con él cada experiencia audiovisual.
Las crónicas de viajes fueron su territorio y, aunque el programa El mundo al vuelo con Héctor Mora dejó de existir en 2001, se inventó otro tipo de narrativas alrededor de su objeto de estudio. Con Colombiana de Televisión, con Caracol Televisión, en Canal Capital o en el Canal del Congreso, tal vez su última aparición en un medio masivo convencional, impuso su estilo y más adelante lo reiteró en un medio digital propio en el que publicó historias inéditas vividas en sus cuatro décadas de vigencia profesional.
Héctor Mora se alejó de los medios a causa de una enfermedad en el páncreas. Se recuperó, retomó sus labores hasta que una pancreatitis le provocó la muerte ayer, a sus 77 años. Mora fue en los 70 y 80 el maestro que con su habilidad demostró que el mundo cabe en una pantalla de televisión. Hoy sólo se le puede decir gracias y adiós al aventurero de siempre.
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